La guerra interminable

(Joe Haldeman escribió una novela bajo este título y siempre lo odié por habérmelo ganado. Afortunadamente, en el vacío del ciberespacio, nadie me puede demandar por usurparlo.)

Este es un escrito densamente reflexivo, con muchas citas y pocas conclusiones. Quedan advertidos.

Cada uno de entre nosotros carga con sus propias culpas, sus cruces exclusivas que solo su portador puede ver y sentir. Algunos las traemos pequeñas, las de otros no los dejan vivir. En este post, para celebrar mis veintitrés años en el planeta, les voy a hablar un poco de ese equipaje emocional.

En el que, a mi juicio, es su mejor cuento, Jorge Luis Borges narra la historia de un romano que descubre la fuente de la vida eterna y así describe la idea de la inmortalidad: “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso... Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal...Sabia que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales... Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.”
Tal vez sea cierto que la inmortalidad convierte la vida en repetición. Eso yo no lo sé. Lo que sí sé es que en una manera intangible, todos somos inmortales. Por que nuestra existencia concluye, sí, pero lo hecho en ella permanece extendiéndose en el cauce de los tiempos, hacia las generaciones y los individuos futuros. Somos inmortales en los ecos de lo que hacemos aquí y ahora. Somos inmortales en las sombras de nuestros triunfos, en las culpas de nuestros pecados. En las semillas de nuestros hijos, a quienes legamos sangre y espíritu. Quizás, como dice Borges, seamos por ello acreedores a toda bondad y toda traición. Llevada a sus últimos extremos esta idea, quizás sea justo que en nuestra calidad de inmortales por herencia, estemos entonces condenados desde la cuna a pagar los errores de nuestros padres, no tanto por que ellos los hayan cometido, si no por que al hacerlo nos han destinado a nosotros a cometerlos de nuevo. Y esa idea es algo que nos tortura a muchos. No la de traer las culpas de nuestros padres, si no tener la certeza de que repetiremos sus acciones. De que no podemos escapar a los ciclos, a los regresos, a dar la vuelta a la hoja y encontrar la misma historia.
El general George Patton, destacable como casi todos los Jorges, dijo, durante la Segunda Guerra Mundial: “Los hombres están en guerra entre sí, por que cada hombre está en guerra consigo mismo”. Y la verdad es que esa es la razón de todos nuestros conflictos. En nuestra incapacidad de aceptarnos completamente, De vivir con nosotros mismos. A veces descargamos esa frustración con los que nos rodean. A veces la guardamos y dejamos que nos devore, que nos desgarre desde adentro. A veces, nuestra inseguridad es tal que no podemos admitir habernos equivocado y la vida se convierte entonces en recorridos por un laberinto eterno en busca de la perfección que sentimos nos hace falta. Así, con esa imposibilidad de tolerarte a ti mismo, conviertes tu existir en una lucha. Contra el mundo. Contra el destino. Contra tu propia persona. Y como todo soldado, pronto descubres que vivir en guerra es morir a cada segundo. Por eso, a veces es una tragedia que todos vivamos en esa guerra interminable. Pero, como dijo John Le Carré: “La historia mantiene sus secretos ocultos más que nosotros. Pero tiene uno que yo les revelaré esta noche con la mayor confianza. A veces, no hay ganadores. Y a veces, nadie tiene que perder.”

Y ya sé que mi cumpleaños fue hace mucho pero, parafraseando a Polo Polo, este es mi puto blog y en mi blog apenas acabo de cumplir los veintitrés.