miércoles, marzo 19, 2008

Viñetas de un país violento

Hay una escena en la película “Fight Club” en que un personaje insta a otros a buscarle pleito a la gente en la calle, para que vean como las personas se acobardan. Siempre he pensado que esa escena no funciona en México, por que aquí si le buscas pleito a alguien en la calle, lo más probable es que te metan un balazo o de menos, te rompan el hocico.

Mi familia llegó a Durango huyendo de un asesinato. Hace cuarenta y tantos años, también por Semana Santa, mataron a mi tío abuelo Ismael. Los asesinos habían llegado antes a la casa de su primo más querido, quien estaba sentado en el porche con su hijo. Después de que mando al niño a meterse, ahí le dispararon, sentado en la puerta de su casa. Fue por ello que mi tío Ismael los siguió por medio pueblo hasta que se encontraron, hasta que se mataron.

El 7 de marzo un grupo de chavos intentó linchar a otro en Querétaro, bajo la consigna de odio a los “emos”. Una semana después, se dio otro enfrentamiento similar aquí en Durango. No hubo muertos en ninguno de los dos altercados.

Cuando tenía diez años, mataron a un vecino enfrente de mi casa. Por un asunto de dinero, otro vecino le encajó un filero en el pecho. La sangre se quedo ahí en la banqueta por como tres días, los mismos que yo no pude dormir bien pensando lo frágil que eran las personas, la facilidad con que podías romperlas, perforarlas. Desde entonces la gente se me hace de vidrio, que se van a quebrar y ya no hay como pegarlas.

Tras el ataque en Querétaro, los intelectuales amateurs de México brotaron como suelen brotar los carroñeros. Aunque en esta ocasión no había cadáver que mordisquear, ellos se encargaron de fabricar uno, pintando a los agresores como una especie de sociedad secreta, dedicada al exterminio y la opresión de los emos, organizada mediante ese invento satánico que es el Internet.

Un año y medio atrás, mataron a un tipo en la esquina de mi cuadra. Se acostaba con la esposa de otro, un día el cornudo lo sorprendió y le metió dos balazos cuando iba huyendo. La calle donde quedó tendido es bastante amplia, así que hubo espacio donde ponerle una cruz, que irónicamente, queda justo frente a la casa de su asesino. Y de su amante.

Otras muchas personas externaron su genuino repudio, su enojo contra el ataque, descrito como cobarde y brutal. Algunas incluso sugerían que los tipos intentaran “enfrentar a los cholos” por que esos no se dejarían como los emos.

A principios del 2008, la policía arrestó a los ocupantes de una casa, a tres cuadras de la mía. En el operativo encontraron el cuerpo de un falsificador de dinero africano, que los detenidos se disponían a tapar con cemento. Luego se dijo que todo era un asunto del narco, que habían ejecutado al africano por pasarse de listo, aunque la verdad nadie ha podido explicar como llegó el tipo a Durango.

De inmediato, surgieron llamados a combatir la “intolerancia”, el “racismo” y la “discriminación” contra los emos y otras “minorías oprimidas”. Aunque yo nunca he visto que se obligue a los emos a tomar agua en bebederos especiales, que se les fuerce a ceder el asiento en el camión a los no emos o que se les obligue a vestir una estrella de David para identificarse (o una calaverita rosa, que es el símbolo que parecen preferir).

Cuando estudiaba el bachillerato, debía viajar en camión a las 6 a.m., justo a tiempo para escuchar la nota roja del noticiero en el radio. Nunca conté menos de dos muertos cada lunes, por pleitos de borrachos en bailes de los ranchos, aquí en el estado. Por eso se me hizo bien hipócrita, el día que un taxista violó y asesinó a una muchachita, que se organizara una marcha contra la violencia. Hipócrita por que daban a entender que si no eres niña bien tu muerte no cuenta. Hipócrita por que el taxista la mató en medio de una colonia, mientras la niña gritaba desesperada y nadie, en el momento, decidió terminar con esa violencia.

Los emos han sido descritos como una tribu urbana pacífica, Estúpida pero pacífica. La agresión sufrida se ha descrito como un crimen de odio, racista pues; incluso por el conductor de Telehit que, antes de los chingazos, más atacaba a la cultura emo. Se dice que es una muestra de represión a la libertad de expresión, casi como la sufrida por los indígenas mexicanos.

Está comprobado que la mayor opresión a los indígenas mexicanos proviene del narcotráfico, que también es la causa principal de muertes violentas en México. Tan solo en el 2006 y 2007, se estima que más de 3,000 mexicanos murieron en tiroteos y ejecuciones relacionadas con el narco. La guerra contra las drogas en México está considerada uno de los 31 conflictos armados en curso en el mundo actualmente, superada en cuanto a la relación muertos-duración tan solo por las tres guerras civiles en África y la guerra de Irak. 25,000 soldados mexicanos se están enfrentando a un número indeterminado de narcotraficantes pertenecientes a 4 carteles principales y varias organizaciones menores.

La opinión pública ha buscado hasta las más inverosímiles causas para los ataques anti emo. La frase más repetida es: “Pues a mí no me agradan, pero no se me hace justo que los golpeen”. Se acusa a la televisión, al Internet, a un grupo de cobardes que manipulan mentes susceptibles, a la estupidez inherente en tener 15 años (la edad promedio de los atacantes), la mala educación recibida, ya sea en casa o en la escuela, la falta de valores de la época actual, la influencia corruptora de los medios, etc.

Rafaelillo, tío a su vez de mi tío Ismael es el prototipo de persona violenta. No se le ha podido achacar a una causa específica. La mejor teoría que tenemos en la familia es que simplemente nació torcido. Meses antes de la muerte de Ismael, Rafaelillo llegó al expendio donde se reunían los señores del pueblo, a buscar a un amigo suyo. Ahí, en presencia de todos y sin razón aparente, le dio un balazo. Dicen que le siguió disparando al cuerpo tirado. Uno de los hombres presentes, conocido como el Zarco, se acercó en un momento y le dijo: “Ya déjalo, ya está muerto”. Rafaelillo le respondió: “¿A usted que le importa?”. Y luego le disparó también. Fueron los familiares de ambos muertos quienes después asesinaron a mi tío Ismael y a su primo.

Pueden dejar de hacerse pendejos entonces. La agresión contra los emos no fue producto de los medios, el racismo (los emos no son raza ni minoría) o la degeneración de la sociedad. Desde que yo recuerdo, en México a la gente la asesinan en la calle, por el motivo que sea. Somos una sociedad brutal, somos un país violento. Lo llevamos en la sangre, lo sentimos en la carne, lo cometemos a diario. Es solo hasta que la tele nos lo echa en cara, que nos damos golpes de pecho, culpamos a otros y exigimos que termine la violencia. Pero ¿realmente hacemos algo por ello? Más aún, ¿realmente deseamos que termine?

El primero de marzo, el gobierno colombiano bombardeo un campamento del grupo guerrillero de las FARC, en territorio ecuatoriano. Entre los muertos, había una estudiante de filosofía mexicana. Sus papás declararon luego que se encontraba en un viaje vacacional. Los mexicanos somos tan violentos aparentemente, que nuestras vacaciones las pasamos en guerrillas extranjeras.

Podemos considerar en cierta medida un progreso de nuestra cultura, que durante los ataques a los emos no se hayan producido muertes. Considerando la larga historia de violencia y asesinato en México, también el que haya gente que se queje de la violencia es ya un avance. Aunque puede ser que dicha gente solo quiere tapar el sol con un dedo, construirse un país de fantasía donde la violencia (anti emo o cualquier otra) es problema solo de los gringos o de los africanos o de los iraquíes o del vecino o de estas generaciones modernas. Como siempre, en México no pasa nada. Por que los muertos no pasan, la violencia no pasa. Todo se queda, por siempre, como cualquier otra maldición de esta tierra.

Hoy tomé un taxi. En medio de la plática, el chofer me dice de repente:”Estos chavos de ahora como están locos”. Yo pensé que me diría algo respecto a los emos, pero solo comentó, como si se tratara de clima: “¿Supo del que mataron en un baile ahí en el Alacrán?”. Contesté que no, pero que no se me hacía raro. Desde que yo recordaba siempre habían matado a alguien. Le conté la historia de mi tío Ismael. Él se quedó callado un momento. Luego me dijo: “Mi familia es originaria de Abraham González. Nos venimos acá a Durango hace muchos años, cuando los de otra familia mataron a un tío. También quisieron matar a su hermano, pero ese alcanzó a apuñalar a uno de los matones en el corazón”. De pronto vi a México, no como nación, si no como una telaraña enorme de muertos, de rencillas, de venganzas, de coincidencias, de gente que se busca, que se engaña, que se asesina por que a lo mejor no sabemos, no podemos, hacer otra cosa.

Dicen que antes de concebirme, mi papá mató a alguien. Lo único que puedo pensar es que bueno que no fue al revés.