El nombre de Dios y el sentido de la Vida

El tiempo es una mentira que nosotros nos contamos. ¿Qué diferencia hay entre una hora y un año, que no sea producto de nuestra percepción? No me es difícil escribir de nuevo en este espacio, aunque tanto hace de la última vez que lo hice. Las palabras tienen la misma fluidez, las ideas son igual de coherentes. Tal vez he perdido algo de mi claridad en estos días, estos meses, estos siglos de vagancia. Pero ya he vuelto. Una vez más.

Por que yo siempre vuelvo, como las maldiciones y las plagas y las drogas y las modas. Por que más que una persona, a veces sólo soy una idea; como todas las ideas floto en el vacío de la conciencia. En la espiral de lo que se repite. De lo que siempre soy, de lo que ya era antes de nacer, de lo que voy a ser cuando el Sol se apague y los planetas se vuelvan ceniza.

Para mí el tiempo no existe. Ni Dios, ni el sentido de la Vida. Lo cual, podrían pensar, resulta bastante vacío. Y están en lo correcto. Es un vacío maravilloso donde puedo construir lo que yo quiera.

Es la libertad absoluta. Es como despertar el primer lunes del universo, sabiendo que tienes al mundo para ti. Como ser Buda, Jesucristo, los Beatles y el Santo al mismo tiempo.

Lo cual conlleva el problema de toda mi perra vida.

¿Qué voy a hacer con toda la libertad?

¿Qué voy a hacer con todo el mundo?

Hace mucho , pensé que lo más correcto sería hacer algo moralmente elevado. La frase “Salvar al mundo” siempre suena espectacular. Pero el mundo no necesita de alguien que lo salve.

Y así, buscando que hacer, me fui de viaje un año, mil vidas, seis segundos, un grado de la traslación marciana. El tiempo no existe. Me fui, pero no me fui y regresé antes de partir. Soy lo que ya era, sólo que ahora lo comprendo mejor, lo cual después de todo me hace diferente.

¿Y al final del asunto, descubrí lo que voy a hacer?

Claro. Lo encontré junto al nombre de Dios, en la esquina de dos calles que nunca se cruzan.